El arte de reformar en tiempos de crisis

El Presidente del Gobierno español, J.L Rodriguez Zapatero justificó la remodelación del ejecutivo con las necesidades de acelerar las medidas de lucha contra la crisis y la puesta en marcha de medidas tendentes a reformar el modelo productivo español. Las crisis económicas son una buena ocasión para afrontar las reformas necesarias. Sin embargo, con el paso de los días y de las intervenciones, estas necesidades se han ido reduciendo a la aceleración de la salida de la crisis. Una reducción, sin duda, lamentable pues al componente de crisis económica internacional que presenta la situación económica actual de España, hay que añadir un componente ibérico cuyas raíces se encuentran en el modelo de crecimiento económico. Incluso, en el largo período de fuerte crecimiento económico, el infrenable déficit exterior español evidenciaba, como una fiebre, el malestar productivo.

El modelo productivo español ha conocido importantes transformaciones a lo largo de los últimos cuarenta años. El sector exterior se ha hecho eco de las mismas. Durante los años 60, el país exportaba mayoritariamente productos agrícolas. En los setenta, progresaron de manera extraordinaria las exportaciones de manufacturas intensivas en mano de obra. En los ochenta y parte de los noventa, a pesar o como resultado de la doble apertura exterior que propicio la integración comunitaria, fueron las exportaciones de manufacturas intensivas en economías de escala, con el automóvil a la cabeza, las que caracterizaban la inserción internacional de la economía española. En cambio, el rasgo destacable de la España actual no es tanto la aparición de nuevos productos estrella, sino la internacionalización de las empresas españolas.

En definitiva, el cambio del modelo productivo es posible, pues España ya ha pasado por esa experiencia. La cuestión no se encuentra tanto en el terreno de la posibilidad o no de la reforma del modelo productivo, sino en cómo propiciarla y orientarla. Y aquí interviene la cuestión de la contribución de la crisis a la reforma del modelo productivo.

Una crisis es una situación en la que se ejerce una poderosa presión para actuar y para resolver problemas. Hace bastantes años, Albert O. Hirschman apuntó tres razones de porque las crisis juegan este papel, porque las crisis son fenómenos propicios a la búsqueda de solución a los problemas. En primer lugar, las crisis provocan una concentración de la atención. No es infrecuente que en tiempos normales haya problemas que no se aborden de modo efectivo, o en absoluto, no porque no se conozca su existencia, ni siquiera porque falte la motivación, sino simple y llanamente por falta de atención. En segundo lugar, la experiencia muestra como, en momentos de crisis, se han podido tomar una serie de medidas que, bajo otras circunstancias, determinados grupos poderosos no aceptarían. La inaceptabilidad de las reformas por estos grupos las borraba de facto del cuadro de mando de la política económica. En tercer lugar, la crisis puede inducir a la acción y ésta puede hacernos vislumbrar aspectos problemáticas que, hasta entonces, habían pasado totalmente desapercibidos.

Son tres buenas razones de porque las crisis invitan a la reforma. Pero, ¿no se corre el riesgo de caer en unas acciones apresuradas? Nada nos permite afirmar que la presión y la tirantez de las circunstancias de crisis mejoren el rendimiento de las actividades de respuesta, sobre todo si se hace necesaria una reflexión serena.

La situación puede ser más desconcertante si se tiene presente que al abordar un problema y aportar soluciones al mismo, suelen aparecer problemas nuevos, algunos con recetas conocidas (por ejemplo, el déficit público) o problemas insospechados o que son vistos desde una óptica distinta (el desconocimiento de idiomas y la escasa movilidad internacional de los españoles). Frente a esto cabe decir que una crisis puede permitir aunar esfuerzos y compartir sacrificios. La razón de fondo es la mayor propensión a tomar decisiones que la situación de crisis propicia.

Sin embargo, todavía subsiste la cuestión relativa a si la mayor propensión a tomar decisiones permite una mejor comprensión del problema y una mayor calidad de la respuesta. En relación a la comprensión, cabe decir que la crisis cuanto menos permite cuestionar las “ideas establecidas”; ideas que fueron incapaces de mostrar la gravedad del problema. Este cuestionamiento facilita que se filtren e, incluso, que se instalen otros puntos de vista. Ahora bien, si las crisis permiten alejar las visiones triunfalistas, no deben permitir que se instalen las fracasomanías: no se puede decir “esto no hay quien lo cambie”, pues como hemos dicho, en España, el cambio ha existido; y, ésta es una buena razón para confiar que ahora también es posible.

Por consiguiente, como escribía Hirschman, la intensificación y agravación de un problema, a menudo, es una de las formas en que los reformadores consolidan sus propios móviles, logran nuevas alianzas y llegan a comprender mejor los problemas. En el caso español, todo nos hacía pensar que los móviles estaban ahí. Alguien se preguntará si todavía existen, la respuesta es que la lluvia de malos datos macroeconómicos actuará como recuerdo y deberá hacer reaparecer los móviles para la reforma. En cambio, parece que, por el momento, no han aparecido nuevas alianzas. No existen pactos o acuerdos parlamentarios, al menos explícitos; el diálogo social que sin duda se producirá, se muestra por el momento dubitativo. Con respecto a las ideas, tendremos que esperar para ver al completo el nuevo equipo económico y su capacidad de análisis.

Sin embargo, todo ello encierra un peligro: el gobierno puede confiar en que al agravarse la situación de excepcionalidad, al estar al borde del abismo, todo ello propiciara que todos actúen en la misma dirección y cuyo timón está en sus manos. El gobierno tendría también que ser consciente que el problema de la economía española, su inadecuado modelo productivo a las circunstancias económicas globales, es en verdad una colección de problemas. Y, en esta percepción pueden encontrarse las oportunidades para hacer pasar las reformas. Favorecer que se cuelen las reformas requiere de un perfil de reformador. Describir este perfil es una cuestión distinta a la que hemos querido tratar en estas líneas. Sólo diremos que, en nuestra opinión, ni las criticas ni las alabanzas que se han vertido sobre el nuevo equipo económico del gobierno apuntan en la dirección adecuada. Ante todo deseamos que el país no pierda esta ocasión para fraguar las reformas que necesita.

Hasta luego y buena suerte

 

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