Introducir el cambio en la vida cotidiana

Por Luca Coge

En su libro Coaching: el método para mejorar el rendimiento de las personas (Paidós, Barcelona, 2003), John Whitmore presenta lo que en su opinión son los aspectos fundamentales para introducir el cambio y el mejor desempeño en la actuación de las personas. El cambio y la mejora en el desempeño no necesariamente se refieren a grandes hazañas, también se aplica a nuestra vida cotidiana. Las personas encontramos la satisfacción de nuestra vida tanto en los grandes actos como en la cotidianidad de la vida, de hecho una buena relación entre ambos puede contribuir a nuestra satisfacción y felicidad.

El Coaching, tal y como lo sugiere John Whitmore, comprende una serie de preguntas sobre nuestras pretensiones y la (auto)búsqueda de las actuaciones que permite con una alta probabilidad alcanzarlas. Las preguntas no se dirigen a una reflexión existencial; más bien deben estar investidas de un sentido práctico: su razón de ser es conducirnos a una acción factible, realizable por nosotros y que nos conduzca, inevitablemente, a las metas establecidas.

Para Whitmore, la secuencia de preguntas que debemos realizarnos contempla cuatro etapas y que proporciona el acrónimo grow:

  1. Goal: establecer la meta, tanto para el corto como para el largo plazo
  2. Reality: examinar la realidad para explorar la situación presente
  3. Options: contemplar las opciones y estrategias o cursos de acción alternativos
  4. What: determinar qué se va a hacer, cuándo (when) y quién (whom) lo hará y la voluntad de hacerlo.

Esta secuencia plantea diferentes cuestiones. En esta entrada, vamos a concentrarnos en una parte de ellas, que iremos complementado y ampliando en futuras entradas al blog.

En primer lugar, puede parecernos sorprendente o insólito establecer las metas antes de examinar la realidad. Podría pensarse que estamos escribiendo la carta a los Reyes Magos o al Papa Noel, sin demasiadas esperanzas de obtener satisfacción a nuestras peticiones. Es cierto que en ocasiones las personas se contentan no con alcanzar unas metas, sino simplemente en formular sus propósitos. Pensar en perder unos quilos permite visualizarnos, por un momento, con unos kilos de menos, una imagen gratificante, satisfactoria y que nos ofrece un instante de felicidad.

El objetivo, no obstante, no son estos momentos fugaces de felicidad. En cambio, el sentido de formular las metas antes del examen de la realidad es otro: escapar a una perspectiva negativa en la formulación de las metas. Debe tenerse en cuenta que las metas que se basan sólo en la realidad presente pueden resultar negativas:

  • Ser una respuesta a un problema
  • Estar limitadas por el desempeño pasado
  • Carecer de creatividad debido a una simple extrapolación
  • Producir incrementos más reducidos que los potenciales o incluso ser contraproducentes

Las metas a corto plazo también pueden desviarnos de las metas a largo plazo. Una buena imagen de cómo alcanzar metas a corto plazo sin una perspectiva nos aleja de la meta de largo plazo es un laberinto. A corto plazo, dentro de un laberinto, tomamos decisiones respecto a si debemos dirigirnos hacia la derecha o hacia la izquierda, seguir a adelante o volver a atrás; pero somos incapaces de saber si estas decisiones nos conducen verdaderamente a la salida del laberinto o, en cambio, nos abocan a un callejón sin salida.

En otras palabras, resolvemos problemas, pero ello no nos garantiza una meta. Conviene pues definir unas metas que vayan más allá de la mera resolución de los problemas, que rebasen el corto plazo. No obstante, ello no implica que no necesitamos metas de corto plazo, o metas de desempeño. Las necesitamos, entre otras razones, como una guía de que vamos por el buen camino y, también, porque cuentan con un importante efecto reforzador y de mantenimiento de la motivación.

Las metas solucionadoras de problemas sólo tienen sentido como escalones que conducen a las metas motivadoras.

Ilustración 3.- Tipos de metas

 

 Además, existe una tendencia a establecer metas sobre la base de lo que se ha hecho antes, en el pasado, en lugar de lo que se puede hacer en el futuro. Esto es un riesgo pues nos conformamos con alcanzar metas sobre la base de lo que “sabemos que podemos hacer”, de aquello que para nosotros mismos es evidente que es realizable.

Esto supone renunciar a lo que podemos llegar a hacer algo nuevo, a ir más lejos; es más renunciamos a pensar que podemos hacer más: es una renuncia a preguntarnos a nosotros mismos, a plantearnos seriamente si podemos hacer más de los que hemos venido haciendo hasta el presente. Renunciamos a lo posible. Y, éste es un hábito mal sano.

Las metas que se establecen para dar con una solución ideal a largo plazo, y luego determinar los pasos realistas hacia ese ideal, son generalmente más inspiradoras, creativas y motivadoras. Tienen un papel inestimable: dan sentido y orientan las acciones cotidianas, son un criterio fundamental para decidir muchos aspectos banales de nuestra vida cotidiana. Informan la acción, resuelven los problemas cotidianos de modo satisfactorio y eficaz para las metas a largo plazo. Son esenciales.

Estas metas últimas deben definirse teniendo en cuenta diferentes aspectos. Por las consideraciones previas, conviene definirlas antes de examinar la realidad. Pero metas y realidad no son ajenas. Se tiene que reconsiderar las metas tras examinar la realidad. Las metas deben ser alcanzables, por tanto debemos contemplar la realidad. Pero este tipo de pragmatismo no es sinónimo de renuncia.

Ilustración 4.- revisar las metas tras el examen de la realidad

 

Nuestro examen de la realidad difícilmente será completo y objetivo. Ésta es una buena razón para no determinar nuestras metas tras explorar la realidad. De hecho, a medida que vayamos acercándonos a nuestras metas, comprobaremos que nuestro examen de la realidad se modifica, nuestra interpretación de los problemas, de las posibilidades y de las necesidades será muy diferentes.

Al igual que las metas deben reciclarse tras el examen de la realidad, también deben reconsiderarse una vez establecidas las opciones de actuación. Nuestras opciones tendrán en cuenta nuestras metas y la realidad.

Ilustración 5.- repensar la relacion entre las opciones y la meta revisada por la realidad

Finalmente, antes de establecer el qué y el cuándo es necesario hacer una verificación para ver si responde a la meta. Tanto el qué como el cuándo se mueven entre dos extremos: uno, el de la dificultad, y otro, el de la evidencia. En ocasiones, resulta difícil establecer qué debemos hacer y cuándo debemos actuar; en cambio, en otras ocasiones, tanto el qué como el cuándo se definen de manera casi espontánea: que nos situemos en un extremo o en el otro, depende mucho de cómo hayamos definido nuestras metas y de nuestro examen de la realidad.

Ilustración 6.- El qué y el cuándo comporten la meta

En definitiva, es importante que nuestras decisiones y acciones cotidianas se inscriban en unas metas motivadoras y responda proactivamente a un examen de la realidad.

Hasta luego y buena suerte

Créditos:

Texto: Luca Coge

Imágenes: Microsoft

One Response so far.

  1. […] El autocontrol de la conducta es la capacidad para dirigir la propia conducta hacia donde uno decide; la capacidad de realizar y llevar a la práctica los propios propósitos. La conducta dirigida por objetivos parece ser importante (Véase la entrada “Introducir el cambio en la vida cotidiana“). […]

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