Libertad y obediencia

Luca Coge

José Antonio Marina expuso en su Tratado de la inteligencia creadora y retomo en Ética para náufragos que aprender a seguir las órdenes de la madre es una de las grandes etapas en la constitución de la personalidad. Una orden es un significado, un mensaje simbólico, una expresión lingüística. No se trata de una simple respuesta a un incentivo, como en el amaestramiento de un animal. Cuando el niño aprende a someter sus acciones a una orden hablada, el niño aprende a regirse por valores pensados y no sólo por valores sentidos. Es una especie de obediencia inteligente.

Lo que se enseña a los niños cuando se les enseñan sus deberes es un mecanismo de darse órdenes y un modelo al que parecerse. La voz de la conciencia es la conjugación de ambos elementos. El niño –y el adulto- se da órdenes, compara su comportamiento con un modelo y, tras ello, se enorgullece o avergüenza.

Para un niño, el modelo lo proporciona la sociedad. Los valores que transmite son para ser hechos. Es un modelo para realizar y para actuar. Se trata de hacer lo que se espera de mí, ser querido, estar integrado en el medio social, ser alabado, escapar de la vergüenza o de la culpa, estar orgullo o satisfecho de sí mismo, no ser castigado,…

También este sometimiento a las órdenes habladas le abre al niño el camino de la libertad pues podrá llegar a darse órdenes a sí mismo; con ello, podrá ser autónomo. El poder darse órdenes y poder obedecerlas es el fundamento de la libertad. No hay sumisión exterior; el sujeto es su propio dueño. Es un paso a la autonomía de la persona. Lo importante es que el niño [y la persona] decida darse órdenes basadas en el nivel intelectual autónomo. Este tránsito marca el paso de una obediencia (preconvencional) por miedo a otra (convencional) regida por principios. Un tránsito importante en la construcción de la libertad y la autonomía.

El niño sale de la infancia con una estructura de deberes, configurada por un modelo recibido de una autoridad con la que está unido por lazos de amor o miedo. El modelo es un proyecto general de vida aceptada sin reflexión, con la misma ingenuidad con que se aceptan las reglas del lenguaje que el sujeto concretará a su manera. Cuando el modelo entre en crisis, algo habitual en las sociedades abiertas, el ser humano se preguntará por qué tengo que aceptar este modelo y, seguramente, buscará y tentará otro u otros modelos. El grado de autonomía y de libertad que haya alcanzado previamente le será de suma utilidad en la búsqueda y construcción del nuevo modelo. Naturalmente, también, en la transmisión a las nuevas generaciones.

No obstante, qué puede garantizarnos que el niño tenga una capacidad para pasar de la obediencia exterior a la obediencia interior, de las normas recibidas a las normas autodefinidas. No se estará presuponiendo que al imponer normas también se está transmitiendo un saber hacer relativo a la elaboración y al seguimiento de normas. Nada puede asegurarnos que sea así; cómo tampoco, para la mayoría de las personas, basta oír música para saber componer. Oír sistemáticamente música puede ayudarnos a amarla o a odiarla, solamente para algunos, contribuirá a pasar a la composición.

Asimismo, es difícil encontrar el punto medio y a todas luces adecuado entre ser un padre dictador de normas y deberes y un padre que se desentiende. No es difícil no ser lo uno o lo otro, pero sí establecer unos deberes y normas que permitan al niño convertirse en una persona autónomo y libre. Ya sé que nadie ha dicho que la vida sea fácil.

Hasta luego y buena suerte.

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Fotografías: © Microsoft

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