El aprendizaje Vicariante u observacional se produce cuando un animal observa a otro animal realizar una tarea aprendiendo entonces esta tarea más rápidamente. En el ser humano, este tipo de aprendizaje se aplica a la forma en que imitamos y seguimos ejemplos, aprendemos de experiencias ajenas y direcciones simbólicas para desarrollar habilidades y alcanzar objetivos. Por eso también se denomina aprendizaje social.
En el aprendizaje vicario, el refuerzo es de otra índole y se basa en procesos imitativos cognitivos del sujeto que aprende con el modelo. En los primeros años, los padres y educadores serán los modelos básicos a imitar. El refuerzo es el estímulo que refuerza una conducta. Es cualquier consecuencia o acontecimiento que, cuando se hace contingente respecto a una respuesta previa, aumenta la probabilidad de que esa respuesta aparezca de nuevo en el futuro. El refuerzo puede ser intrínseco o extrínseco, positivo o negativo. El reforzador, igual que los estímulos aversivos se define en función de su efecto sobre la conducta, no por sus características inherentes. Es decir, aunque un estímulo pueda ser considerado en general como reforzador no lo será en los casos en que no haga más probable una conducta.
Son muchos los ejemplos de cómo los niños observan e imitan a sus padres y aprenden de lo que les sucede a sus hermanos, cuando éstos son regañados o premiados, y entonces rigen su actuación con base en sus observaciones. Así se aprenden los valores y las normas sociales —que son adecuadas o no según cada cultura-, cómo manejar los impulsos agresivos, cómo prestar y compartir las cosas,… Estos procesos se dan toda la vida.
El aprendizaje vicariante se diferencia del aprendizaje activo. Éste consiste en una adquisición de conocimientos gracias a la realización de actividades, es una aprender haciendo. En contraste, el aprendizaje vicario es aprender a partir de la observación de lo que los otros hacen. Por la mera observación de las acciones de los otros y de las consecuencias que éstas comportan, se aprender a repetir o evitar esa conducta o una acción.
Albert Bandura sostiene que al ver las consecuencias positivas o negativas de las acciones de otras personas, las llevamos como si fueran fruto de nuestra propia experiencia en otras circunstancias. Podemos recrear las consecuencias posibles de diferentes cursos de acción sin necesidad de esperar a llevar a cabo previamente esas acciones, basta con la observación de las demás. Esto es significativamente importante cuando las motivaciones de nuestras acciones son expectativas sobre el futuro: resultados deseados, estados o situaciones que queremos alcanzar; cuando las causas de nuestras acciones son los efectos esperados de las mismas.
Observar a los demás, sus acciones y los resultados que de ellas obtienen es un atajo muy utilizado en los procesos de toma de decisiones. Puede contemplarse como un tipo particular de analogía. Haciendo uso de una presentación bastante común y extendida, podemos considerar la analogía como una comparación o una relación entre distintas ideas objetos o experiencias, de la cual obtenemos razonamientos o conductas sobre la base de la presencia de semejanzas entre ellas. La particularidad del aprendizaje vicariante es que tomamos la experiencia ajena para confeccionar las analogías.
El aprendizaje vicariante actúa, pues, como un recurso útil en la toma de decisiones pues hacemos uso del mismo cuando tenemos que tomar rápidamente una decisión o cuando no tenemos la suficiente información o la suficiente capacidad para procesarla. Un ejemplo bastante común y por muchos conocido es cuando acudimos con retrasado a una reunión de vecinos de modo que cuando entramos se está a punto de iniciar la votación a brazo alzado y tenemos que tomar rápidamente la decisión del sentido de nuestro voto sin saber sobre que se está votando, tal vez decidamos abstenernos. Pero también, puede ocurrir que veamos levantar la mano al vecino del tercero con quien coincidimos siempre que hay que tomar una decisión en la comunidad de vecinos o quien atribuimos un elevado y correcto juicio en la toma de decisiones, en este caso con mucha seguridad levantaremos la mano y votaremos lo mismo que él, pues consideramos que es una decisión con altas probabilidades de ser acertada.
Se trata de un ejemplo de analogía o de aprendizaje vicariante. Este tipo de actuación está muy extendida en todos los ámbitos. En el caso de la toma de decisiones públicas, basta recordar que la decisión del gobierno español de suprimir la publicidad en la televisión pública tuvo lugar poco tiempo después que el gobierno francés tomase el mismo tipo de decisión. Es cierto que puede tratarse de una simple coincidencia de calendario, pero es muy probable que se trate de un aprendizaje vicariante actuando en el terreno de la política pública.
En un terreno donde es especialmente importante este tipo de comportamientos en el ámbito económico. Una importancia que puede desprenderse bien su frecuencia o del alcance de sus consecuencias y que ha propiciado que tenga un nombre propio. Veámoslo.
El aprendizaje vicariante es particularmente importante cuando existen problemas de falta de información o incertidumbre sobre el estado actual o futuro (recuérdese nuestra anterior reunión de vecinos). Cuando estamos en situaciones de falta de información, o nos sentimos incapacitados para analizar la situación o la información disponible, en lugar de proceder por medio de un aprendizaje activo, puede resultar una buena estrategia hacer uso del aprendizaje vicariante y tomar en consideración las acciones de los demás que han conducido a resultados que considerados positivos o deseables. Es en situaciones de este tipo cuando surge lo que los economistas han dado en llamar comportamiento de rebaño o efecto rebaño (“herd behavior”).
El comportamiento de rebaño es particularmente importante en las burbujas económicas y, en particular, en las crisis financieras. Ha sido formalizada por Gwynne (1986), Banerjee (1992) y Scharfstein y Stein (1990). Estos dos últimos autores se han centrado en aplicaciones relativas los mercados financieros.
En estos casos, se establece la distinción entre inversores listos e inversores tontos. Los primeros reciben buenas señales informativas respecto del valor de una inversión, mientras que los segundos sólo reciben señales de ruido. A priori, es difícil, cuando no imposible, reconocer a unos otros. En cambio, a posteriori, una vez realizadas las inversiones en el mercado y conocidos los resultados obtenidos de las mismas, sí que podemos diferenciar unos de otros: si el inversor ha realizado una inversión rentable lo etiquetaremos de listo, pero si sus resultados son mediocres o negativos formará parte del grupo de los tontos. Si de repente un inversor que consideramos listo toma la decisión de deshacer todas sus posiciones en la bolsa, sin que aparentemente exista motivo alguno o nosotros lo desconozcamos, es muy probable que otros inversores actúen por analogía o sobre la base de un aprendizaje vicariante. Cuanto mayor sea el número de estos imitadores es más probable que otros se incorporen a las decisiones de venta. Los precios se hunden sobre todo por razones psicológicas y el mercado de valores se instala en una situación de crisis.
No obstante, el problema de este criterio de catalogación es que nos basamos en la experiencia pasada. Es cierto que lo mismo hacíamos antes con nuestro vecino y que es un criterio que frecuentemente se utiliza. Si existe un comportamiento de los valores que es sistemáticamente no predictible, es muy difícil distinguir a los inversores listos de los inversores tontos. Podemos pensar que en estos casos nos quedamos sin aprendizaje vicariante. La respuesta es que no, pues en estos casos podemos considerar como criterio para diferenciar a unos inversores de otros el grado de similitud que existe entre su comportamiento. Se trata que la diferenciación en la conducta penaliza la imagen que proyecta el inversor. Una inversión no rentable no es tan mala para su reputación cuando otros incurren en la misma equivocación. Los inversores listos tiende a recibir las mismas señales, mientras que los tontos no, por tanto, si un inversor mimetiza el comportamiento de otros, sugiere al mercado que ha recibido una señal que está en correlación con la suya propia por lo que es muy probable que sea listo. Si, por el contrario toma una posición contraria se le percibe como posiblemente tonto. De esta manera, si la información privada de un inversor le dice que una inversión puede tener un valor futuro negativo puede, sin embargo, llevarla a cabo si otros lo han hecho ya antes que él.
Un último aspecto interesante en esta relación entre el aprendizaje vicariante y la economía consiste en introducir las emociones. La función expresiva de las emociones juega también otro rol no menos importante en el aprendizaje vicariante y por ente en los mercados. Dado que una gran parte de la experiencia emocional adquiere en forma de aprendizaje vicariante; por ejemplo, que a veces cuando vemos a una persona asustada, nos asustamos también, sin conocer la causa de ese susto. La capacidad de las emociones en cierto modo de «contagiar» a los demás, es la base de la adquisición de la experiencia emocional propia, y también de ciertos fenómenos masivos, como por ejemplo lo es el pánico masivo,… o el pánico en los mercados financieros.
Hemos tratado la relación entre aprendizaje vicariante y crisis financieras. Conviene resaltar que los resultados que podemos alcanzar gracias al aprendizaje vicariante no son siempre adversos en absoluto. También interviene en otros casos con resultados mucho más favorables.
Un aspecto importante de estas notas es la necesidad de diferenciar más finamente entre aprendizaje vicariante y analogía. Pero de esto nos ocuparemos en una próxima entrada.
Hasta luego y buena suerte
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