¿La primera impresión es lo que cuenta?

Vivimos rodeados de gente. Algunas personas las conocemos desde siempre, otras acabamos de encontrarlas o nos las han presentado hace nada. Pero en todos los casos, siempre nos formamos diferentes impresiones sobre todas estas personas. Construimos esas impresiones por lo que hemos oído acerca de una persona, por lo que otros nos han dicho o por nosotros mismos sin la ayuda aparente de nadie. En muchas ocasiones, cuando nos presentamos a alguien por primera vez, queremos dar una buena impresión pues, actuamos convencidos de que la primera impresión es importante.

Una impresión es una opinión, sentimiento, juicio que algo o alguien suscitan, sin que, muchas veces, se puedan justificar. Todos nos formamos impresiones de los demás. En este caso, llevamos a cabo un proceso mediante el cual inferimos una serie de características psicológicas a partir de la conducta y de otros atributos de la persona observada. Estas características se organizan en una impresión coherente. Pero en este proceso no llevamos a cabo una exploración en profundidad de la persona en cuestión, ni tampoco es frecuente que contrastemos nuestras inferencias con las de otras personas. De hecho, solemos construir nuestras impresiones de un modo rápido y a partir de un número reducido de elementos, que en ocasiones no tienen porque ser correctos.

Asch propuso en 1948 un modelo configurativo de formación de las primeras impresiones. En su opinión, al formar las primeras impresiones, captamos ciertos fragmentos de información, los rasgos centrales, que ejercen una influencia desproporcionada sobre la impresión final. Otros elementos de la información, los rasgos periféricos, contribuyen en un grado menor. Ambos se encuentran relativamente correlacionados entre sí y con otros rasgos, y en conjunto permiten construir la impresión íntegra que tenemos de una persona.

Pero los rasgos centrales juegan un papel determinante, no solamente por sí sólo, sino también porque ayudan a definir y conformar los restantes rasgos. Si al conocer a alguien, percibimos que es una persona fría (rasgo central), difícilmente, a medida que avance nuestra relación, le atribuiremos otros rasgos como afable, pues está en contradicción con el rasgo central. En cambio, nos será más fácil considerar que se trata de una persona insociable, por ser compatible con el rasgo central de frio.

Los críticos de Asch advierten que nada se dice acerca de cómo se determina que un rasgo es central o periférico. Este punto es importante, pues los centrales son muchos más inamovibles que los periféricos. Aunque ambos tienen una influencia desproporcionada sobre la configuración de las impresiones finales.

Además, a partir de una serie de experimentos, Asch mostró que los rasgos presentados en primer lugar influyen desproporcionadamente en la impresión final, de modo que una consideración favorable inicial hace más posible una impresión final igualmente favorable. De modo que el orden en el que se presenta la información acerca de una persona puede ejercer profundos efectos sobre la impresión ulterior. Esto es el efecto de primacía. Sin embargo, existe también el efecto de recencia o carácter de reciente según el cual la información recién presentada ejerce una influencia mucho mayor que la información previa.

La neutralidad, entendida como ausencia de información en un sentido u otro, hace que atribuyamos a los demás lo mejor y, con ello, nos formemos una impresión positiva. Si, por el contrario, disponemos de una información negativa, nuestra percepción subsiguiente toma un sesgo muy negativo y difícil de modificar, incluso con una gran dosis de información positiva ulterior. La negatividad se ve favorecida por la atracción que, en nosotros, ejerce la información extrema.

En todo caso, parece ser que establecemos por razones de simplicidad unos constructos personales como conjuntos dipolares. Estos constructos se desarrollan con el tiempo como formas adaptativas de percepción de las personas, lo que le otorga una resistencia en el tiempo. Además, pueden ser idiosincráticos y basados en experiencias personales.

Las impresiones de las personas se encuentran muy influenciadas por presunciones ampliamente compartidas acerca de las personalidades, las actitudes y las conductas de la gente basadas en las pertenencias a grupos, tales como el género, la nacionalidad, la clase social o, incluso, la profesión. Son los denominados estereotipos. La atribución a una categoría a alguien que acabamos de conocer es un elemento esencial de la conformación de una primera impresión. Toda la descripción que confeccionamos se muestra compatible con el estereotipo que utilizamos. Este juego de atribuciones nos puede llevar incluso a reconocer algunos rasgos en el individuo que confirman la asignación a dicha categoría. Es un caso más de una tendencia extendida entre las personas, que nos conduce a confirmar lo que ya sabemos, antes que a ampliar nuestra esfera de conocimientos.

Deberíamos ser conscientes de cómo formamos nuestras impresiones, no para renunciar a ellas, sino para que nos sean verdaderamente útiles.

 

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Referencias:

Michael Hogg & Graham Vaughan, Social Psychology, Pearson Eduction Limited

Imagen: © iStockphoto

 

 

 

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